
Vender confianza
Ser profesional en un deporte implica llegar a un grado de excelencia que te permita vivir de ello. Tanto Cristina como yo deseamos ser profesionales y, aunque todavía nos queda un largo camino por recorrer, nos levantamos cada día para luchar por ello. Pero existe cierta tendencia entre aficionados y practicantes amateurs (y, es cierto, entre algunos profesionales de ética dudosa) a pensar que para ser un deportista profesional hay que recurrir a sustancias y métodos prohibidos.
He aquí el quid la cuestión. La sombra de la sospecha nos cubre por igual a todos. Bueno, por igual no, pero todos tenemos el mismo problema: nadie puede demostrar que no se dopa. Y no, pasar cientos de controles no es prueba de que uno no se dope. Entonces, ¿cómo puede tener sentido lo que hacemos si no hay manera de demostrar la honorabilidad de los atletas y sus resultados? La respuesta es: por la CONFIANZA.
Confianza es lo que vendemos. Generar confianza es una más de las obligaciones de todo deportista profesional y de cualquier otro tipo de profesionales que colabora con ellos: entrenadores, fisioterapeutas, médicos… Tan importante como salir a entrenar cada día, como dar el máximo en cada competición, como atarse las zapatillas antes de salir a correr. Vender confianza es lo único que nos puede salvar de convertir esto en algo sin sentido, en un circo de hipocresía y, en definitiva, en algo que podríamos llamar de cualquier manera excepto Deporte.
Por desgracia, son numerosos los casos de atletas, entrenadores y médicos salpicados por la sombra del dopaje, a los que el silencio, el paso del tiempo y la escasa memoria de la que disponemos han salvado de ser apartados del deporte. Son por todos conocidas las operaciones policiales, grabaciones, fotos, noticias y «secretos a voces» que, más allá de sus inexistentes consecuencias legales y judiciales, han sembrado de sospecha a algunas personas. Y su silencio cobarde, su falta de explicaciones razonables y medianamente argumentadas, y sus frágiles excusas (amén de la frecuente complicidad de algunas instituciones) derivan en una sospecha generalizada sobre todos los deportistas.
¡Y ojo! No soy de acusación gratuita, ni de criminalizar porque sí. Soy el primero que acepto las reglas, y si estas dicen que no hay que sancionar, multar o encarcelar a alguien, lo acepto. Lo cual no significa que a esas personas les vaya a dar las mismas oportunidades y credibilidad que al resto. Yo no pondría mi dinero en un banco que sé que ha estafado a miles de personas, aunque haya pagado su multa y tenga derecho a ejercer su negocio. Yo no pondría al cuidado de mis hijos a un imputado por pederastia, aunque la justicia no acabe por condenarle y siga teniendo derecho a trabajar. El problema es que aquí confundimos la «presunción de inocencia» con la «asunción de estupidez». Es decir, que tenemos que asumir todos que somos tontos.
Tristemente, a muchos deportistas que se han visto implicados en asuntos turbios les vale la excusa de que no han sido condenados. Pero señores, despertemos, ¡podemos elegir! Los atletas pueden elegir con quién entrenan y los entrenadores a quién entrenan. Los clubes pueden elegir a quién fichan y los organizadores a quién contratan. Y las federaciones también pueden elegir a quién contratan, a quién despiden y a quién investigan.
Por tanto, creo que tras un fin de semana tan azotado por la sombra del dopaje, es el momento de que los profesionales de nuestro deporte den un paso al frente y se pronuncien, sin necesidad de que nadie les pregunte, a favor de un deporte limpio. Por nuestra credibilidad. Que no nos pase como a otros deportes en los que impera el silencio cómplice. ¡Empecemos ya a vender confianza! ¡Y empecemos a elegir con quién trabajamos!
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